martes, 13 de septiembre de 2011

Confío en tí, y ya no tengo miedo.

Sólo hace tres semanas, que decidí dejarme de llevar, caer en lo que anhelaba combatir con mi resistencia, que a todas luces hubiera quedado derruída. Sé que sólamente nos manteníamos separados porque tú pusiste la barrera, y así fue, en cuanto abriste la puerta, tardé una semana, pero poco a poco mi corazón fue sintiendo una atracción a duras penas aguantable. Te llamé, te escuché, seguí enviándote mensajes, sintiendo como tu voz de terciopelo acariciaba mi oído, y como, aún sin que habláramos, tu presencia al otro lado del hilo hacía que se profundizara mi respiración, y se parara el tiempo.
Finalmente, tras otra mañana fatídica pasada por lágrimas, tratando de decidir o no, si seguir adelante, e incumplir mi voluntad, viéndote, te escribí:  te dije que nos viéramos esa misma tarde. Todavía no estaba convencida, pero sabía en mi fuero interno que lo iba a hacer, que iba a dar el primer paso, de lo que a saber como continuaría.
Sí, te vi más tranquilo... y confié en tí, ya no tengo miedo.

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