Se propaga en mí la sensación de que no te conozco.
Me había acostumbrado a tu cara en tensión, a que saltáramos de un momento a otro; se me hace extraño comprobar, que las cosas pueden, sencillamente, fluir.
Me habitué a sentir que algo siempre saldría mal, si cabía la posibilidad. Lo acababa provocando, o lo hacías tú.
Observo esa nueva cara que tienes, y me pregunto, pero; si yo me enamoré de otra persona, ahora que hago contigo; otro.
Me recojo confusa en casa, echando de menos algo, cuya naturaleza desconozco.
Podría ser estar más rato contigo, sonreírte con libertad, sin esa perplejidad azuzando. Podría ser creer... en nosotros, en que podemos hacerlo, en que el amor puede enraizar.
Y me siento culpable, porque hay cosas que no han cambiado, como ese miedo a hacer las cosas mal, el no saber interpretar tus caras, tu lenguaje no verbal, ni alcanzar todavía a aceptar, que, quizá; ya no molestan aquellas pequeñas cosas, los granos de arena susceptibles de ser volcanes a punto de erupcionar; que no, que ahora sólo hay horizontes sembrados, donde ver amanecer, bajo las estrellas, un día más, juntos.
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